sexo-lesbianasUna noche de juerga en casa de María, nos encontrábamos todas las chicas de la pandilla, bebiendo y riéndonos de los chicos que nos gustaban. Estábamos las seis sentadas en el suelo del salón, mientras que la música salía ruidosamente de la radio. Bebíamos y brindábamos cada dos por tres, como excusa para seguir bebiendo.

Mariana nos propuso un juego, «beso, verdad o condición». Nos reíamos sin césar de las «verdades y condiciones» que tenía cada una de nosotras. Hasta que llegó el momento en el que sólo me quedaba «beso». Tenía que besar a Carolina, mi mejor amiga desde la infancia. Me senté como pude frente a ella, el alcohol podía con mi cuerpo y no me dejaba mover con facilidad. Mi propósito en un principio era darle un beso ligero y rápido en los labios, hasta que me encontré con su lengua jugando con la mía. Sus manos agarraban fuertemente mi cara y su lengua no dejaba de introducirse en mi boca. Me sorprendió bastante, pero sinceramente me gustó mucho, tanto que me dejé llevar. Aquello había dejado de ser un juego  y se había convertido en un deseo real  en el que nuestros cuerpos no dejaban de acariciarse, ni de besarse.

La pasión que estaba sintiendo o el alcohol, ya no sé muy bien que fue, hizo que me olvidara de las demás amigas que seguían allí, en el salón, boquiabiertas, mirándonos. Ligeras sonrisas, tímidas, salían de sus bocas al mirarnos. Apenas las escuchaba, apenas me acordaba de que se encontraban allí. Sólo podía estar atenta a la belleza de Carol, su larga melena castaña, el color moreno de su piel, sus gruesos y pequeños labios… Sólo podía estar atenta en aquellos detalles que antes jamás me habría fijado, viéndola desde el punto de vista, como la estaba viendo en aquel momento.

Sin dejar de besar a Carol, abrí un ojo y me sorprendió ver que todas mis amigas se estaban besando y tocando entre ellas. Aquel ambiente se había vuelto demasiado caliente y las mujeres que nos encontrábamos en aquel salón necesitábamos sexo. Carol me invitó a apartarnos de aquella orgía e irnos a una habitación, pues lo que nos estaba sucediendo ya no era culpa del alcohol, como sí les sucedía a las demás. Lo nuestro era distinto. Nuestro juego se convirtió en deseo en cuanto la besé  y me besó.

Nos dirigimos a la última habitación del pasillo. Era una habitación muy simple en la que predominaba el color rojo que salía de una gigantesca cama de matrimonio. Al cerrar la puerta, Carol comenzó a besarme de nuevo, mientras sus manos bajaban las asas de mi camiseta hasta dejarme en sujetador frente a ella. Acariciaba mis pechos por encima del sujetador, al que quitó con un simple gesto de manos en mi espalda. Allí me encontraba yo, desnuda frente a mi mejor amiga la cual no dejaba de besar  y lamer mis pezones como si de un helado se trataran. El calor invadía mi cuerpo y el deseo cada vez era mayor. Jamás había sentido lo que estaba sintiendo en aquel momento. Un deseo indescriptible que pedía a gritos mantener una relación sexual.

Nuestros cuerpos jugaban a deslizarse uno por encima del otro, tumbadas en aquella enorme cama de rojas sábanas de seda. Nos deslizábamos y apretábamos nuestros cuerpos, una contra la otra, para poder sentirnos con mayor intensidad. Carol era la que tomaba todas las riendas en aquel asunto, como si ya lo hubiera hecho con anterioridad. Yo me dejaba llevar por sus besos, sus manos, sus caricias..

El mayor placer que pude sentir fue cuando nos dispusimos a hacer el famoso 69.  Mi lengua en su cueva, su lengua en mi cueva, dándonos placer mutuamente. Nos conocíamos tan bien que rápidamente supimos complacernos la una a la otra. El movimiento de su lengua en mi clítoris, con rapidez desplazándose de un lado a otro, besando y succionando de vez en cuando, hacían que todos mis sentidos abandonaran mi cuerpo, dejándome llevar al mayor clímax que jamás había sentido. Pues Carol sintió lo mismo que yo, sus fluidos resbalaban por mi boca, mientras yo me encargaba de chupar todo su ser para sentirlo. Caímos rendidas de espaldas. Nos miramos, sonreímos y quedamos dormidas.

Cuando desperté a la mañana siguiente, Carol ya no estaba. Recogí mis cosas, marché a mi casa y la llamé. Esa misma tarde vino a mi casa a hablar de lo que había sucedido y acabamos de nuevo en la cama

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