chica-enmascaradaEsa noche de sábado iba a ser  la fiesta de fin de curso del instituto, todos debíamos ir disfrazados y yo no sabía qué ponerme. Opté por disfrazarme de chacha pornográfica, mi disfraz se basaba en un corset negro y blanco y en una minifalda a juego, liga y plumero ambos inclusive. La verdad es que no me quedaba nada mal, realzaba el moreno de mi cuerpo y mis largas y delgadas piernas.

Llegué a la fiesta casi a media noche, me dirigí hacia la barra y me serví unas cuantas copas de ponche mientras observaba bailar a la gente. Poco tiempo me bastó para darme cuenta que una chica apoyada en la columna de mi lado derecho no quitaba ojo de mi. Iba disfrazada de dama antigua con un enorme y abultado vestido y un antifaz que le cubría mayor parte de la cara dejando a la vista sus hermosos ojos verdes y su boca. Yo seguía bebiendo, no le di mucha importancia, pues estaba más bien buscando un chico al que ligarme en aquella fiesta y no quería preocuparme por nada en especial.

El alcohol poco a poco fue haciendo su efecto y mis escasos intentos de ligar fueron en vano. Ya no me apetecía seguir buscando a algún chico, en esos momentos, lo que más me apetecía era mear. Escapé como pude de la pista de baile y me dirigí hacia el servicio, entré casi corriendo y me desahogué. Casi con cien kilos menos en mi vejiga, salí del baño y me lavé las manos. Cuando levanté la vista para verme en el espejo casi me asusté al ver el reflejo de aquella dama antigua de hermosos ojos verdes.

Ella no dijo nada, sólo me miraba. Me giré y me acerqué poco a poco hacia ella. Cuando estaba ya cerca de ella le pregunté por qué se pasaba la noche mirándome. Siguió en silencio. Agachó la mirada. Sus labios sonrosados temblaban como si estuviera balbuceando alguna palabra. Mis ojos volvieron a encontrarse con lo de ella y fue en ese mismo momento en el que ella me besó.

Yo nunca me había sentido atraída hacia alguna mujer, pero ese beso que esta chica me estaba proporcionando me gustaba. Me gustaba mucho más de lo que yo imaginaba. No me aparté. Consentí que mi lengua se permitiera el placer de jugar con la suya, besándonos. Detrás del sonido de nuestros besos llenos de pasión se oía la música que salía de la pista de baile. Fuimos conscientes que alguien podría entrar y vernos, entonces me arrastró a besos hacia el cuarto de baño, donde nos encerramos con llave para asegurarnos que nadie pudiera entrar.

Apoyada mi espalda en aquellas frías baldosas de la pared, la chica de la máscara me besaba sujetando mi cabeza entre las caricias de sus manos por mi pelo. La pasión salía ardiente de nuestros cuerpos, nos besábamos cada vez con mayor intensidad, con besos llenos de gusto y de placer. Una de sus manos comenzó a bajar por mi cuello acariciándome, mientras sus labios perseguían el rastro que dejaban sus caricias. Sacó mis pechos por encima del corset y comenzó a besar, uno por uno, mis pezones. Besos tímidos como si pidiera permiso pero poco después los chupaba  y los apretaba entre sus manos con más seguridad. Sus manos recorrían mi cuerpo de arriba a abajo, por delante y por detrás, hasta erizarme  la piel.

Me ordenó que me sentara encima de la tapar del váter con las piernas abiertas y yo gustosamente seguí sus órdenes. Con unas suaves caricias acabó bajándome el tanga. Arrastró mis caderas hacia ella dejándome media tumbada contra la pared y comenzó a chuparme suave y lentamente el clítoris. Notaba perfectamente como su lengua lamía todo mi ser, de arriba a abajo. Mis manos estaban hundidas en su pelo, nuestras miradas a pesar de nuestra situación no dejaban de cruzarse. Aquellos hermosos ojos verdes escondidos tras la máscara le daba un cierto toque de intriga y morbo a la vez. No sabía quién era aquella chica, no conocía ni siquiera su nombre, pero lo que si que estaba conociendo era su forma de hacer un cunilingus y la verdad es que lo hacía demasiado bien. Mi mente no podía reaccionar, mi cuerpo tomaba vida propia al sentir tal placer con su lengua que apenas podía pensar en nada. Sus manos jugaban con mis pezones, su lengua jugaba a meterse en todas mis cuevas y a chupar mi clítoris haciéndome sentir la mujer más feliz del mundo.

Introdujo sus dedos en mi vagina y comenzó a jugar metiéndolos y sacándolos cada vez con mayor velocidad. Mi cuerpo no dejaba de moverse para sentir todo completamente. Le ordené levantarse y quitarse aquella falda enorme que nos servía de sábanas. De un simple gesto arrojó su enorme falda cayendo hacia el suelo y nos sentamos las dos encima de ella. Comenzamos a besarnos y a meternos mano mutuamente. Sus dedos dentro de mi y los míos dentro de ella, siguiendo el ritmo de nuestros jadeos. Los besos se repartían por todo nuestros cuerpos. Aunque nos costó un poco habíamos logrado quitarle la parte de arriba de aquel molesto disfraz, pero la máscara fue lo único que no se quiso quitar. Tampoco quiso que me quitara el corset pues entre susurros me decía que le ponía verme con las tetas por encima de él.

Aquel ambiente estaba ya demasiado caldeado, nuestros cuerpos estaban demasiado excitados y el orgasmo quería hacer presencia entre nosotras. Después de hacernos nuestros dedos mutuamente, nos dedicamos a hacer el 69, a la vez que nuestras propias manos jugaban a dar placer al clítoris. Nuestros jadeos llenos de sensualidad y de placer ya se hacían muy sonoros. Conectamos perfectamente y encontramos el punto exacto mutuamente que nos hacía enloquecer. Poco tiempo después, mientras nuestros labios seguían chupando y succionando caíamos en un orgasmo, que nos llevó al clímax y del puro placer que estábamos sintiendo no dejábamos de chupar.

La chica de la máscara se vistió lo más rápido que pudo y salió corriendo de aquel baño. Nunca supe quien fue la mujer que me llegó a dar el mayor placer sexual en toda mi vida. Cuando voy por el instituto me fijo en los ojos de las chicas para encontrar a aquella mujer enmascarada pero nunca los encontré.